miércoles, 25 de enero de 2012

EL RELOJ PARADO A LAS SIETE

    En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas , detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.
    Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos durante el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
    Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, marcan las siete, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del universo.
    Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes acallan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar.
    Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
    También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
    Pero disfruto también de  fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
    Durante ese tiempo estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
    La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mí se me escapa el tiempo de los demás.
    ... Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan a su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
    Pero sé que la vida es otra cosa.
    Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo.
    Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
    Sólo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianeidad.
    Por eso te amo, viejo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo.

Esto es la paupérrima expresión de una joya literaria de Papini la cual os pido que leamos todos alguna vez( incluyéndome a mí ).

Metáfora de Bucay respecto al relato de Papini: "Quizá todos vivamos sólo en la armonía de algunos momentos. Quizás, ahora, en este presente, la hora de la verdadera vida coincide con tu propia hora. Si así fuera, disfrútala. Quizá pase... demasiado pronto.

3 comentarios:

Lallorona dijo...

Creo que, estamos conectados con el universo, formando parte de el, por lo que todos los momentos, debieran ser armoniosos. El caso sería, despertar dando gracias de que estas vivo, no despertar parado en el tiempo, esperando que marquen las siete.

Anónimo dijo...

Que mamona,,,,que bien escribes tio,,,escribeme algo solo pamiii XDDDD muuuuacks! TQ amor de media noche XDDD

Jefial dijo...

"anónimo" ojalá escribiese yo como Giovani.........esto no es mio amor de media noche sino de un escritor llamado G.Papini.
Algún día subiré un cuento hecho por mi,algún día...