jueves, 2 de mayo de 2013

¡BIENVENIDO MR. MIERDA!

      Arrugo la cara y me resigno a ver como llega bien el comienzo o bien el fin. Me detengo por un instante, observo sin un ápice de lucidez todo lo que hay a mi alrededor, y sin percatarme absolutamente de nada noto como se congelan los latidos de mi corazón. El simple hecho de llenar de nuevo mis pulmones de aire se convierte en todo un reto, me supone un esfuerzo tremendo respirar. Una vez sumergido en mi vorágine me convierto en cabeza de turco, exhalo lo que puedo y me rindo exhausto, sin energías si quiera para pestañear. Un rostro famélico se refleja en el largo espejo del salón, un rostro definido por unas ojeras contundentes y bien delimitadas,  una tez pálida y una ligera mueca de amargor y asco. Todo eso, espero, queda ya atrás.

El enfermo desprende hostilidad y el sano acaricia la afectividad.

Rompo mil veces mis párpados y cierro una nueva etapa cada día. Ojalá mi ser sea poseído por el espíritu de un Silvio  Rodriguez y sólo me baste "un disparo de nieve" para recuperar la cordura que yace en el olvido. 

Agradezco mamá esos preciosos nueve meses en los que no hubo ni un instante de frío ni calor, de hambre o tristeza. ¡Qué lejos quedan ya esos tiempos en los que era feliz tan sólo dentro de tu vientre, paseando de un lugar a otro con vos!. Pena homogénea alberga con grandeza esta madre que a una parte de su vida ve lentamente morir sin siquiera poder ayudar limitándose a servir a un Dios al que quizá nunca verá. Pena infiltrada en mis venas envenena con vehemencia mis pupilas y mi estómago, desgarra mis sentidos y exprime todas y cada una de las emociones que intento contener por vergüenza y hastío a ser señalado con el dedo como el mayor de los abusadores de la hipocondría.

Cuando dejéis de fruncir el ceño y divagar por un apócrifo mundo turbado por la estupidez más absoluta contemplaréis en el horizonte el frágil y efímero camino de la felicidad.

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